No voy a ningún lugar, y tampoco soy de alguien. Vivo cogiendo andenes que nadie quiere. Siempre fue más fácil llorar que intentarlo una vez más. Y a tantos kilómetros prefiero guardar aliento, me queda un océano por cruzar. A ver si por algún casual logro escapar del monstruo que desde niña me quiere devorar.