lunes, 13 de octubre de 2014

Nauseabundo.

Vomitivo.

Sin duda, esta es la palabra más
peculiar y descriptiva para definir
mi vida. Un despojo por corazón,
que habita en la penumbra de mi
tristeza interna. Pero interna porque
ya ni si quiera me chorrean los ojos.
Tengo por lengua un nudo que
tapona mi garganta, tanto, que ya
no soy capaz de escupir sin tapujos.
El aire me estrangula los pulmones,
queriendo reventar y poner fin a
este macabro dolor que no me deja
vivir. No queda nada que me sosiegue.

Nauseabundo o vomitivo,
ya no hay sitio para mis ojos en este mundo.

domingo, 12 de octubre de 2014

Amor de quita y pon.

Me bebo tus palabras,
y me atraganto.
Las muerdo,
y me dan arcadas.

No sé quererte a ciegas,
pues me duelen los ojos del espanto
que me cuenta tu boca.
Está mi corazón regido por un engaña
bobos, llamado amor.
En estas latitudes ya no queda
tiempo para más besos ni caricias.
No cuando estoy bañada en el
queroseno de tu saliva,
que me hace arder, y que me arde,
entre promesas mal juradas
y una noche entera de discusiones
banales sobre las ojeras
inexsistentes de tu corazón de pega.

domingo, 5 de octubre de 2014

Ojos de zafiro oxidado.

Mirar el techo.

Ver como el día muere.

No hacer nada,
tan solo ver como el cielo cambia
sus tonalidades hasta volverse
negro, como mi corazón.

Los domingos son tan absurdos,
como seguir respirando un día más.

Pero aquí seguimos, cada día.

Intentando buscarle un sentido
a nuestro alrededor,
creyendo ilusos que a la vuelta
de la esquina nos espera la felicidad
con una sonrisa,
que se pondrá de rodillas para
querernos toda la vida.

Imposible es el apellido
de mi corazón incapacitado para
volver a creer, confiar o amar.
Porque a estas alturas,
ni si quiera queda suelo para
escapar corriendo.

Y ese mar que miras,
lo formé yo con el cauce de dolor
que desbordaba desde mi pecho.
Aunque no conté, al expulsarlo,
con que las olas golpearan
mis costas demacradas por las
palabras de tu boca.

Me he vuelto corrosiva, desde que
se me escapa la vida cada fin de
semana por las manos de un
desconocido, que lanza piedras
cada noche a mi ventana.

Tú que me lees no comprendes
el dolor de mis ojos,
estaba destinada a lucir zafiros,
pero se volvieron de ese marrón
oxidado de tanta lágrima deslizando.